Utilizando el cuerpo:
una mirada antropológica del
tatuaje
“Sólo un puritano no estaría de acuerdo, al no ver en
el cuerpo más que materia bruta y un despreciable
magma de vísceras, en vez de un misterioso teatro, el
escenario para todo tipo de intercambios –de materia,
de pensamientos o de sensaciones- entre el mundo
interior y el mundo exterior” (Leiris, Michel)
El tema general y de alguna manera contextual del trabajo, es la relación
cuerpo-cultura, interés surgido como consecuencia de reflexiones al comenzar
a ver que muchas de las cosas que uno tiene tan naturalizadas, como la forma
de andar y caminar varían según las sociedades.
Esto nos condujo al extrañamiento, que continuamente debemos hacer
como antropólogos, propuesto entre otros por Da Matta (1978) en cuanto a
desfamiliarizar lo cotidiano, lo cual nos llevó a cuestionar nuestra propia
manera de andar, de vestirnos, de decorarnos, nos ayudó entonces a relativizar
una visión que parecía única, acerca del modo en que las personas usamos
nuestros cuerpos.
Marcel Mauss (1996) escribió sobre “Las técnicas del cuerpo”, porque
vio que en cada sociedad los hombres utilizan diferencialmente sus cuerpos,
hábitos que más que variar entre individuos, varían entre culturas, sociedades,
subculturas, etc. Aparece el cuerpo entonces, como el primer y más natural
instrumento del hombre, objeto técnico del hombre.
Se presenta así la corporeidad humana como un fenómeno social y
cultural, materia simbólica, objeto de representaciones y de valores
compartidos.
Así es, que ésta investigación, a modo de poder desarrollarse bajo una
relación de este tipo (cuerpo-grupo cultural), se refiere específicamente al
tatuaje en el Montevideo actual; entendido como una forma de expresión
corporal que tiene por lo tanto significados, manifestaciones y también
repercusiones de diverso tipo a nivel popular, porque se está llevando a cabo
en el seno de una sociedad que no ha legitimizado esta práctica
GÉNESIS DE LA TINTA EN LA CARNE
El tatuaje, es una práctica que probablemente haya surgido de la mano
de la pintura o el arte rupestre en el Paleolítico Superior; el Homo Sapiens
Sapiens fue el primer homínido en desarrollar el arte en sus diferentes
dimensiones durante la prehistoria y parece ser que el tatuaje no fue la
excepción.
Difícilmente podamos hablar de “el origen” del tatuaje; de hecho, se
trata, de una práctica ancestral que se desarrolló de forma independiente entre
numerosos pueblos de la humanidad. Formó de esta manera parte del
patrimonio cultural de diferentes grupos, en los que se llevó a cabo por medio
de diferentes técnicas y al mismo tiempo con objetivos diversos.
Hoy la evidencia más antigua que registra este fenómeno y su
antigüedad, son los restos encontrados en 1991 en un glaciar de los Alpes,
situado en la frontera entre Austria e Italia. Se trata de los restos momificados
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naturalmente de un cazador neolítico, conocido con el nombre de “Oetzi”, con
una antigüedad de 5300 años, con la espalda y las rodillas tatuadas.
En cuanto a nuestro país, la primera evidencia que se tiene sobre la
existencia de la práctica del tatuaje corresponde a tiempos protohistóricos.
Según las fuentes de los cronistas, de entre los siglos XVI y XIX, que entraron
en contacto con los charrúas, relatan que éstos, tenían tatuajes (D’Orbigny,
1959). Según Acevedo Díaz (En: Figueira, 1977: 302) “la mayor parte de los
charrúas tenían el pecho y la espalda, y algunos de ellos hasta la cara misma,
cubiertos de cicatrices muy unidas, hechas con puntas de flecha, y formando
varias figuras y bordados”.
TATUAJE: DESINTEGRACIÓN/INTEGRACIÓN ¿POR QUÉ LOS JOVENES
SE TATÚAN?
Tradicionalmente los tatuajes, en las sociedades prehistóricas y/o
protohistóricas, jugaron un rol de integración social: no constituían entonces, un
elemento trasgresor para ese grupo cultural. Hoy sin embargo, la significancia
de este fenómeno en las sociedades contemporáneas, ha dado un vuelco que
lo traslada al lado opuesto de dicha significación: hoy los jóvenes se tatúan
para activar un proceso de diferenciación, ya no lo hacen como antiguamente
se hacía, para ser “uno más”, sino que lo hacen para ser “uno menos”; hoy no
es una práctica cultural heredada, sino una práctica cultural adoptada.
Para ir adentrándonos en este punto, vale la pena destacar lo que
Guattari (1989 en Ganter 2005) postula sobre los cuerpos de los jóvenes que
se encuentran hoy frente a la “encrucijada entre –por un lado– el cuerpo-objeto,
en tanto cuerpo cosificado, capitalizado y puesto a rendir en la escena del
consumo y la moda, como efecto de la trama mediática promovida por el
mercado y el tráfico de las imágenes, o bien, en tanto cuerpo sospechoso, que
marcado y estigmatizado por los circuitos de la seguridad urbana, se lo castiga
y excluye como objeto peligroso para la hegemonía del orden social dominante.
Y –por otro lado– el cuerpo-sujeto, atravesado por una multitud espesa de
fuerzas oblicuas e insumisas que se resisten a la programación serializada de
la subjetividad capitalista, y que por lo mismo es capaz de producir
agenciamientos colectivos que encarnan nuevas cartografías socio-culturales,
cuyos lenguajes y prácticas emergentes no suprimen el sistema de dominación,
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pero que en su despliegue local logran fisurarlo micropolíticamente, poniéndole
freno al imperio global de la racionalidad tecno-instrumental” (Guattari 1989 en
Ganter 2005: 21).
Paula Croci y Mariano Mayer (1998, en Ganter 2005) nos dicen que
desde esta perspectiva, los tatuajes actúan como una pretensión de evadir el
control social que pesa sobre el cuerpo (en tanto cuerpo-sujeto). De ahí, que
estas prácticas se pueden traducir como tácticas de apropiación corporal para
su posterior expropiación simbólica.
Las culturas juveniles van siendo constituidas a partir de un campo de
fuerzas tensionado por interferencias de la cultura de masas y del mundo de la
moda, donde se enfrentan y ponen en conflicto los retazos de lo efímero y lo
perdurable. Tensión que por lo demás, llega a inscribir su población de signos
sobre el propio cuerpo, operando directamente, efectos indelebles sobre los
tejidos de la carne y de la sociedad (Ganter 2005).
A través del tatuaje, los jóvenes encuentran una nueva vía de expresión,
un modo de alejarse de la normalidad que no les satisface. Procesos que los
llevan a gobernar su propia imagen ante los demás y a apoyarse en el grupo de
pares (Pere-Oriol, et al., 1996).
La marca les permite recuperar/apropiarse de su cuerpo que simboliza y
reproduce la “exclusión” de la que el sujeto es objeto (interpretados desde este
punto de vista como violencia simbólica), entonces, éstos son cuerpos
desadaptados sociales, que en realidad, son cuerpos adaptados a la
reproducción de la situación de “exclusión”. El tatuado aparece como
autoestigmatizado, dado que él elige tatuarse a pesar de que la sociedad lo
evaluará, juzgará y clasificará; actúa entonces en estos casos como una
provocación que saca a la luz los prejuicios sociales y el estigma se materializa
en el tatuaje: marca que visibiliza lo que podría permanecer oculto o al menos
no tan visible (Rocha, s.d.).
Dicha práctica de metamorfosis corporal, se orienta al interior de una
resistencia contra un sistema que ha hecho de lo evanescente, lo descartable y
lo desechable uno de sus valores y normas sociales predilectas. Imponiendo un
valor agregado, perenne, que fractura la economía de la moda y el propio culto
a los emblemas de lo nuevo y momentáneo (Ganter 2005).
Para ver el articulo completo: http://www.modart-team.com/Espanol/Proyectos_Eventos/Valentina_Brena_-_Utilizando_el_Cuerpo_Una_mirada_antropologica_del_Tatuaje.pdf